De repente la puerta se abrió, y tras ella apareció la Jefe de Enfermeras sosteniendo en sus brazos una caja donde reposaban varias bolsas de sueros intravenosos; seguramente mercancía recién conseguida. Al repasar los ojos rápidamente por la estancia, reparó en que el pelinegro se encontraba despierto, y le dedicó una mirada con sus ancianos y duros ojos, a la vez que sonreía levemente.
-Vaya, vaya. Me alegro que hayas despertado, Kanda-kun -musitó mientras se acercaba al Japonés con un paso seguro. La caja que llevaba en las manos la depositó en una mesa metálica cerca de la cama del convaleciente, y pasó a revisar que todo estuviese en orden: sueros, antibióticos, alcohol, provisión de vendajes, entre otras cosas.- Ciertamente, de todos los exorcistas que he visto que duran menos en la enfermeía postrados, tú eres uno de ellos -comentó mientras hacía de sus labores y pasaba una de sus viejas y expertas manos por la frente del joven, comprobando la temperatura.- Ya se te ha bajado la fiebre -sonrió- permaneciste inconsciente un par de horas desde que llegaste hasta aquí, debes de tener hambre.
Luego se dirigió nuevamente a tomar la caja, para avanzar hacia su específico lugar de trabajo.
-Puedes levantarte e ir al comedor, tus heridas no fueron tan graves que digamos. Pero tendrás que regresar aquí dentro de tres horas para cambiarte los vendajes.
Fue lo último que le dijo al joven, antes de perderse en la lejanía de la enfermería.