El despertar de la Envidia

Las relucientes calles Prusianas de aquel entonces daban un aire de pulcritud y elegancia en cada rincón de aquel Imperio. En la ciudad todos parecían ocupados haciendo cada vez mas dinero, en lo oscuro del bosque, solo ruinas quedaron de lo que antes fue la mansión de la familia Bismarck. Ahora desaparecida. Nada quedó de ellos y su fortuna después de que se descubrió su fraude empresarial, solo un pequeño primogénito que ahora había pasado de su enorme habitación salida de cualquier hermoso sueño infantil a una diminuta habitación de la parte trasera del restaurante donde ahora trabajaba, no como un mesero mas, si no hasta como un sirviente.

Aquella noche Harley de nuevo tuvo aquellos dolores de cabeza tan recurrentes ahora, estos lo dejaron incapacitado todo el día y le dejaron dormir hasta altas horas de la noche. Esta mañana, el pequeño despertaba con la misma actitud pesimista de siempre, una mirada tan vacía que haría sentirse deprimido hasta a los animales.

Se levantó de aquel pedazo de concreto intento de cama vistiendo solo una camisa vieja que el gerente del lugar le había regalado y volteó hacia la rendija por la que podía ver la luz del sol y escuchar el canto de los pájaros, ¿quienes eran esos pájaros para atreverse a sentirse mejor que él?

Harley salió así, descalzo y con su enorme camisa se dirigió hacia la parte trasera del restaurante para comenzar a trabajar, con suerte podría continuar con el fabuloso mundo de su rutina.

-Ah, pequeña Harley, ¿te sientes mejor? -le saludó una vivaz señora que barría la cocina. No hubo respuesta.

-Hijo, ¿estas listo para pulir los pisos de las habitaciones superiores?-habló quien parecía ser el joven gerente. Harley asintió y recibió con ambas manos una bata y pañuelo, un balde y un trapo.

Subió pesados pasos pensando quien sabe que, ya se hacía topado con dos personas y siquiera había quitado aquel mismo semblante pasivo en su rostro, el hecho de que ninguno de los ahí presentes supiera si Harley era un niño o una niña tampoco parecía afectarle. Nada lo inmutaba, nada le complacía, nada lo alteraba. Aparentemente solo aquellos dolores tan agudos en su cabeza podían hacerle gritar y llorar como el niño pequeño que el mismo olvidaba ser.

[Off: Bueno, hehe, ni yo si se Harley es mujer y hombre pero me referiré a él como un individuo, osease, "un él"]

Los enormes y amplios corredores del bar ubicado en el segundo piso de aquel restaurante parecerían enormes si los comparamos con el pequeño y delgado cuerpo de aquel frágil niño que limpiaba cada una de las mesas, preparándolas para los gritos, peleas y muestras sucias de diversión de la noche. Era de madrugada, los ventanales enormes que daban a la calle no mostraban actividad alguna además de aquel pequeño sirviente.

-Tsch -se quejó, dibujando una pequeña arruga entre su ojo derecho y su mejilla. Se había cortado a causa de uno de los vidrios rotos, al fin había quitado ese semblante tan deprimente de su rostro, a menos por unos segundos. Sin mucho cuidado se quedó con la mano puesta sobre la herida, esperando a que dejara de sangrar. No se molestó en limpiarse.

Al terminar de recoger toda la basura, colillas de cigarro y vidrios rotos puso todo en una bolsa y con mucho esfuerzo comenzó a arrastrarla bajo las escaleras, sus delgados pies se tambaleaban con cada peldaño y sus manos estaban un tanto rojizas por ejercer tanta fuerza para no soltar la bolsa.

Harley salió del restaurant hacia la calle, se molestó en mirar al cielo por un buen tiempo antes de volver la mirada al suelo y seguir hacia donde el bote de basura. No podía estar mucho tiempo fuera, no usando ropas blancas de sirviente, que, se podrían ensuciar y recibiría una reprimenda.

Harley tembló. Sus pequeños hombros se estremecieron y sus puños se apretaron sobre el cuello de aquella enorme bolsa negra que aún debía arrojar por la repentina aparición de aquel hombre. Subió la vista, la mirada igual de perdida. Y se dió unos cuantos segundo para inspeccionar al alto hombre que se postraba frente a él con un aire elegante y una mirada tranquilizadora.

Le observó por unos cortos segundos, bastantes para saber como desearía tener la misma estatura que él. Sin darse cuenta, le estaba lanzando aun aire negativo a el joven Mikk que se postraba tan amable hacia él, algo aun incómodo para el pequeño.

-Er... -siquiera pudo completar la palabra.
-¡Harley! -un hombre joven y de apariencia tranquila se asomó por la ventana, era el mismísimo gerente quien buscaba al pequeño- ¿Con que te estas entreteniendo? Aún no has pulido los pisos.
-Ya voy -dijo leve, la voz del pequeño era apenas audible, e, incluso en aquellas instancias era tan melodiosa y apacible que no pertenecía a ninguno de los géneros.

Dándose media vuelta sobre sus tobillos el joven Harley comenzó a alejarse lentamente hacia la puerta principal del restaurante, entró en el edifció y le dirigió una última mirada al hombre que acababa de conocer para luego perderse entre el juego de luces y sombras matinales.

Dentro del restaurante a donde el joven Harley había entrado hacia poco, ya las sirvientas y cocineros comenzaban a entrar listos para el trabajo. A través de gente caminando de un lado a otro con una prisa contagiosa el pequeño Bismarck simplemente de disponía a atravezar el lugar rumbo a las escaleras que daban al bar, solo abierto de noche.

Se arrodilló sobre el balde que le habían dado con anterioridad y en el introdujo un pañuelo, le exprimió sin muchas ganas, fue así como comenzó a pulir los interminables pisos de madera de aquel lugar que, inevitablemente terminarían llenos de alcohol, lodo y alguna que otra mancha de sangre para el día siguiente.
Jugar con muñecos de peluche y sentarse a escuchar música era algo que Harley había dejado tiempo atrás, ya incluso había olvidado que era el disfrutarlo, sentía envidia por cada ser viviente que era mucho más feliz que él. Eso y el dolor de cabeza le carcomían por las noches.

Ahora, sin embargo, su mente permanecía distante en aquel curioso encuentro con el alto y moreno hombre que le había ofrecido una sabrosa manzana, algo que no había probado en un buen tiempo. Aun que su rostro no lo expresara sintió remordimiento por no haberla tomado a tiempo.

El ligero rebotar de aquella fruta sobre el piso hizo un eco que rebotó por las cuatro paredes de aquel segundo piso. Al instante Harley recobró la vertical recargado aún sobre sus delgadas pantorrillas y volteó a ver el objeto que habría causado aquel sonido.

Sus ojos brillaron debajo de aquellos pesimistas párpados entreabiertos, se quedó mirando fijamente aquel manjar tan esporádicamente aparecido, volteó una y otra vez recorriendo con sus ojos cada rincón del bar y no encontró ni rastro de alguna fuente la cual le había podido proveer de aquella manzana. La tomó sin titubear con su mano derecha mientras que con la otra abría uno de los bolsillos de aquel delantal que llevaba y colocaba ahí tan preciado bocadillo.

-Harley, ¿ya has terminado? Deja de perder el tiempo, pequeño.- junto con aquella voz que se acercaba más y mas se escuchó el sonido de unos zapatos nuevos subir por las escaleras de madera, causando mas ruido aún que la manzana callendo.

-Ya termine.-dijo a medias mientras tomaba sus instrumentos de limpieza, listo para continuar con su ardua y rutinaria labor.

Al encontrarse con Harley hincado en el suelo y asintiendo con su cabeza regresó por donde había venido, no sin antes hacer un gesto con su cabeza para que bajara. Ciertamente era hora para que el restaurante abriera.


Vestido con su chaleco rosa, camisa formal y un short negro estaba listo para iniciar sus labores, sus pequeños botines negros apenas hacían ruido sobre el suelo recién pulido de la zona baja en aquel establecimiento. Los primeros clientes comenzaban a llegar pidiendo apenas un café y pan recién horneado para comenzar el día.

-Enseguida lo traigo -dijo el pequeño apenas audible, para las mujeres era un niño encantador y tierno, para los hombres era una señorita que sería toda una mujer de grande, sumisa y callada. Cada quien lo veía como quisiera.

El pequeño Bismarck solo se concentraba en aquella brillante manzana que había dejado en su habitación junto con las pocas pertenencias que le quedaban.

-Esta va para la mesa 15 -dijo el cocinero colocando un delicioso y dulce platillo de waffles sobre la mesa. Postres y golosinas eran la especialidad del chef, o por lo menos, era lo que al paladar grumete de Harley le llamaba más la atención.

Sosteniendo aquel suculento desayuno en una mano y la humeante cafetera en otra se dirigió a una de las mesas que más odiaba. Arrogantes aristócratas eran casi siempre quienes se sentaban ahí a reír jocosamente y exhibir lo asquerosamente ricos que eran. Harley extrañaba más que nada el levantarse tarde y poder desayunar lo que quisiera, el tener todos los juguetes con los que los niños menos agraciados soñaban, tener todo lo que quería en general. De nuevo envidia.

Definitivamente no había mayor dolor que recordar los momentos de gloria desde la desgracias.

El pequeño Bismarck llegó al fin a donde la habían pedido y dejó el plato sobre la mesa de aquel hombre al que no se había molestado en enfocar hasta después de haber dejado su desayuno en su lugar. SU cara era cubierta por las grandes paginas del periódico local.

-¿Se le ofrece más café? -habló sin ganas, estaba mucho más concentrado en el opíparo festín que su cliente estaba por degustar. Su estómago no había dejado de rugir desde en la mañana.