Estrepitoso es el crujir de una aparentemente tranquila caravana al avanzar por la desértica zona de Norteamérica. Decenas de carretas se pueden apreciar una tras otra llevando absoluto órden y siendo conducidas con diligencia por oficiales del ejército de Estados Unidos. Una gran cantidad de soldados se pueden apreciar reunidos en torno a las mismas avanzando con pesadumbre sin perder su formalidad. Sobre sus respectivos hombros van cargados sus rifles en la habitual pose de marcha militar imponiéndose por donde pasan logrando cautivar las curiosas miradas de los pueblerinos de los poblados por los cuales atraviesan.
Al frente de ellos se puede apreciar un orgulloso capitán liderando la escolta con una sonrisa afable que refleja su cálida y grata personalidad. Sobre sus rubios cabellos un sombrero bastante empolvado pero de grandísima utilidad en un desierto como ese oculta sus cerúleos ojos que escrutan el terreno en búsqueda de amenaza alguna. Con la situación como estaba, existía la gran posibilidad de recibir un ataque indio cosa que comprometería a la parte intermedia de dicha caravana.
- Señor, los exploradores que enviamos hace algunos minutos aún no han regresado. –
Advierte temeroso un primer oficial mostrando un tono de voz nervioso y bastante tenso. Aquella noticia parece caerle terrible al capitán cuya sonrisa es sustituida por un gesto severo y algo consternado. Su mente comienza a calibrar las posibilidades hasta que finalmente le responde a su subordinado contrastando su firme e imperiosa voz con su gentil y dócil apariencia.
- Que se detenga la caravana. Todos los hombres a sus puestos de defensa y quiero que refuerzos en las carretas de los civiles se aseguren de que nadie salga herido. Mientras yo este al mando no toleraré ninguna derrota ante esos indios salvajes. –
Es así como los soldados pasan a crear una defensa reforzando 5 carretas del medio donde una gran cantidad de civiles se muestran angustiados y asustados por la posibilidad de un ataque indio. Los niños comienzan a gritar mientras sus madres intentan consolarlos como pueden fingiendo valor inexistente que es claramente notado por los pequeños que no logran apaciguarse llegando algunos incluso a llorar por temor a lo que podrían hacer con ellos los terribles indios. Entre aquel caos una sola persona se puede notar tranquila.
Un hombre ataviado con una capa de viaje se muestra acostado entre las maletas y pertenencias de los civiles permanece recostado con absoluta calma ignorando el barullo afuera mientras solo se puede apreciar un cigarrillo en sus labios siendo el mismo fumado con total calma.
-Tch, como hacen ruido. –
Se queja aquel incógnito cuya diestra es llevada hacia el cigarrillo para tomar el mismo alzándolo por encima de su rostro encubierto por una capucha que oculta su identidad y edad. Su otra mano es estirada hacia una botella de vino a la cual sorbe un prolongado trago mientras cruza sus piernas mostrando indiferencia y apatía ante la situación.
Es entonces cuando de los montes aledaños comienzan a aparecerse una gran cantidad de indios sin formación alguna. Aquello toma por sorpresa a los soldados pues jamás habían visto algo parecido. Pareciera que su intención fuera la de volverse blancos fáciles pues ningún grito de guerra, orden o ataque es lanzado por ellos.
- Soldados. Preparen!!!-
Exclama el capitán viendo en la lentitud de los indios una oportunidad de obtener una victoria fácil y asegurada. Al instante todos los hombres pasan a empuñar su rifle con firmeza para prepararse para un único y devastador ataque.
- Apunten!!-
Prosigue el rubio cuya docilidad es desechada para adquirir un semblante frío y decidido. Un hombre como él con un cargo tan elevado no podía permitirse baja alguna entre sus hombres que diligentemente pasan a apuntar hacia sus enemigos listos para apretar el gatillo y terminar con sus vidas.
- Fuego!!-
El brazo derecho del capitán es estirado hacia el frente al gritar a todo pulmón la orden final esperando un desenlace digno de alabanzas e historias haciendo referencia a su persona como el salvador de una caravana entera. Estruendos sucesivos escapan de los rifles de todos los soldados al disparar a aquellos que atentaban con su seguridad convencidos de que hacían lo mejor para la nación. Esa era la excusa que se decían a si mismos para no sentir el peso de la culpa por matar a tantos hombres que solo intentaban proteger sus territorios.
El silencio pareciera reinar por cosa de unos segundos mientras las conformes y victoriosas caras de los soldados son tergiversadas para mutar en expresiones de terror y miedo al ver frente a sus ojos a los indios comenzar a inflar su fisonomía para adoptar una grotesca forma que comienza a flotar teniendo cañones de gran tamaño apuntando hacia todas y cada una de las personas inocentes de aquel sitio… Aquel no era un ataque de indios sino algo peor, mucho peor.
-Im-posible-
Exclama atónito el capitán cuyos orbes abiertos muestran tanto sorpresa como terror reflejando el sentimiento de todos los presentes. Pareciera que el mismísimo infierno hubiera abierto sus puertas permitiéndoles a sus demonios habitantes escapar del reino de las sombras y fuego para atacar a aquellos transeúntes. De pronto y de improvisto, aquella armada de akumas pasa a dirigirse a gran velocidad hacia los estadounidenses que disparan presionados y temerosos hasta darse cuenta de que sus intentos son en vano: Aquellos monstruos son invencibles y no tardarán absolutamente nada en segar sus vidas. Los ojos de muchos son cerrados al ver su fin aproximarse, otros tantos pasan a meterse a las carretas sabiendo de antemano que las mismas no los protegerán de la amenaza que va hacia ellos. El capitán, pasa a remover su sombrero que agita resignadamente antes de apegar el mismo a su pecho cerrando sus ojos con vehemencia al tiempo que aprieta sus puños intentando despertar de aquella pesadilla…
- Realmente son una molestia. Tan a gusto que me encontraba. –
Se dice a si mismo el incógnito de la carreta al tiempo que se pone de pie para caminar hacia la oleada de akumas que se preparan para iniciar el fuego acercándose a los indefensos norteamericanos. Una prolongada calada es dada al cigarrillo que sostiene en su diestra para dejar caer al mismo comenzando a escucharse una gran cantidad de disparos siendo emitidos cual ráfaga terminando los estruendos y explosiones antes de que dicho cigarrillo toque el suelo.
Una corriente de viento pasa levantando una nube de humo y polvo haciendo que una violenta toz se apodere del capitán que abre sus ojos por inercia solo para ver ante si una escena impensable: Todos los “demonios” que se dirigían hacia ellos caen cuales moscas sin tener la más mínima oportunidad de atacar. Al frente de todas las carretas solo se puede apreciar el perfil del causante de tan asombroso exterminio. Aquel supuesto anciano que había logrado conseguir peaje usando la lástima como arma se encontraba ahora de pie extrayendo un nuevo cigarrillo para colocar el mismo entre sus labios sin prenderlo, limitándose a saborear su textura mientras en su otra mano un arma como ninguna antes vista reposa humeante. Esto llama la atención del rubio que se baja de su caballo para caminar hacia el extraño para hacerle una única pregunta:
-¿Quién y qué demonios eres?-
El misterioso hombre pasa a ocultar su arma entre su grisácea capa para extraer una caja de cerillos para tomar uno de ellos que enciende para prenderle fuego a su cigarrillo. Una calada es dada al mismo para exhalar una bocanada de humo con gran deleite siendo la misma acompañada por un suspiro. El rostro del hombre es ladeado para mirar al capitán de perfil al cual le responde en un tono sereno y firme…
- Mi nombre es Cross Marian y soy un exorcista.-