Diez días de viaje en tren y algunos cortos a pie. Esta vez tocaba la segunda opción, en aquel momento sentía de verdad los beneficios del arca ahora temporalmente fuera de servicio. Realmente durante su viaje no le había importado realmente el renegar de los portales que te dejaban a un paso de tu destino, pero ahora… era otro cuento.
La nieve caía en aquella época del año, invierno. Blanco y puro invierno, paisajes forrados de blanco pulcro bellísimo, como salido de un cuento de hadas. Los pinos tenían el escarchado blanco entre sus ramas y hojas lo cual daba cierto aire navideño pese a que no era el tiempo. Al fondo se podían ver algunas montañas también con el mismo paisaje blanco teñido con un leve claroscuro. Abajo se refugiaba un humilde valle de casas pequeñas como de muñecas desde la lejanía, las luces encendidas brindaban cierto aire de calidez tan solo al imaginar la llegada. Solo al imaginarla…
La gélida brisa sacudió de nuevo sus ropajes oscuros y brindó un nuevo escalofrío a la bola blanca peluda que se refugiaba en el interior de su abrigo. Mientras andaba por el blanquecino pavimento las huellas de su andar quedaban registradas y propensas a borrarse como pasara el tiempo. Ya sentía las manos dormidas y las mejillas heladas por la temperatura. Las hebras de sus cabellos se sentían húmedas y tiesas por la nieve que arreciaba como la harina a un pastel. Si ahora empezaba a nevar, lo sintió cuando uno de los copos rozó su mejilla derecha mientras andaba sin detenerse.
Elevó el rostro hacía arriba como suelen hacerlo los niños en navidad, casi por inercia que curiosidad. Los retoños caían lisos del cielo como una bendición y la navidad se hubiese adelantado. Era hermoso y pese a las condiciones no se arrepentía de estar allí para presenciarlo. Sonrió para si misma y regresó a su andar, no debía abusar más del tiempo y ya Lau Jimin empezaba a protestar por el frío desde el interior de su abrigo.
- "Ya casi llegamos" – susurró para tranquilizar a su compañero, al hacerlo su aliento se materializó en frente de sí para luego desaparecer como una nube.
Poco después ya estaban en aquel poblado, las calles poseían el particular sonido de la gente transitando hacía diferentes lugares y las tiendas disponibles al público. Así como los puestos ambulantes y otras atracciones. Al llegar lo primero que había divisado era la propaganda puesta en un cartel sobre un circo público que planeaba instalarse en el pueblo. Los dibujos de payasos y animales de atracción le trajeron recuerdos bastante lejanos que no alcanzaba a materializar en su mente.
Siguió andando por las callejuelas, la gente si bien pese al clima hacían sus compras y deberes, los jóvenes niños correteaban emocionados con la nevada. Atraído por el murmullo, el primate asomó su hocico a la superficie divisando el nuevo lugar con curiosidad, ya en el poblado el frío no era tan intenso. Solo quedaría buscar un sitio donde quedarse por un breve tiempo.
Si bien, el ambiente de calidez en contraste con el clima era de su agrado. Le hacía añorar una ducha caliente así como una buena taza de chocolate y comida reciñen hecha y sin faltar por supuesto su merecida siesta. Ya eran varios días sin quedarse en un sitio por más de dos días y lo que restaba del día lo había invertido en la caminata a través del bosque nevado, sus blancas praderas y lagos congelados. Su único ojo visible se cruzó con la puerta de lo que parecía ser una humilde posada para viajeros, después de una vista magnifica lo justo era un merecido descanso.
Giró el pomo de la puerta y entró en el establecimiento. Lo encontró semi vacío, tal como lo deseaba. El pequeño y adorable simio de cachetes inflados salió completamente de su refugio para posarse en el hombro de su dueña cual fiel compañero, ya más seguro con la agradable temperatura del establecimiento. Al dirigirse al mostrador una mujer de avanzada edad se acercó a recibirle.
- Bienvenida señorita ¿puedo ofrecerle algo?
- "Una habitación por favor" – pidió amablemente. La posadera le orientó por las escaleras hasta el primer piso de la casa y le condujo hasta una habitación en medio del pasillo estrecho. Le hizo entrega de una llave plateada la cual correspondía a la puerta del cuarto.
- Si necesita algo no dude en avisar – agregó la anciana con voz amable, la rubia le correspondió con una levísima sonrisa, que al entrar en la recámara se sustituyó inmediatamente por un gesto de cansancio. Al fin tomaba un respiro.
No era muy grande pero tampoco muy pequeña, en teoría poseía lo justo. Una cama para una persona, mesita de noche con su lámpara correspondiente, un armario para la ropa, una puerta donde intuía quedaba el baño, el piso de madera pulida y un cuadro de pálidos colores que colgaba cerca del calentador donde el paisaje mostraba apenas las montañas que antes había admirado y las diminutas casas que antes le habían parecido de muñecas.
Muy bonito, si muy bonito.
Era una lastima que algo pasase durante su estadía allí. Pues al igual que en China los akuma seguían apareciendo en su viaje, no importaba donde fuera era como si no pudiese escapar de la arena de combate. Había tratado de seguir la ruta de aquellos monstruos por sus medios pero al parecer aun no encontraba nada que le diese una pista concreta.
Si todavía tenía que seguir lo más seguro era que el tiempo en aquel pueblo no sería del todo tranquilo.
Entonces, por unos momentos se entregaría al descanso, al vapor del agua devolviéndole el calor al cuerpo, a una comida caliente y a una merecida siesta sin sueños que le interrumpan. Su compañero podría hacer lo propio y echarse a dormir un rato en alguna de las almohadas, y de hecho al pensarlo el mismo mono lo hizo casi como si lo hubiese adivinado.
Y sin más Klaud daría una última mirada a la ventana por encima de la cortina, para luego entrar al cuarto de baño.